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Vivir del cuento: el papel de este género literario en las etapas de la vida

 
cuento género literario

“Caperucita Roja fue mi primer amor. Tenía la sensación de que si me hubiera casado con Caperucita Roja, habría conocido la felicidad completa”. Esta cita que aparece en el libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas de Bruno Bettelheim podría ser de cualquier niño, pero en este caso no es de uno cualquiera, sino del escritor Charles Dickens. Todos hemos crecido con cuentos e historias, cuentos que nos ayudaron en nuestra educación a la par que nos divertían.

Lo primero es preguntarnos por el origen del cuento. No es casual que comenzáramos con una cita sobre Caperucita, sin embargo, los cuentos hunden sus raíces en la propia historia de la Humanidad. Siempre ha existido la necesidad de explicar historias que con el paso de los siglos se han ido convirtiendo en fábulas, alegorías, mitos o cuentos populares.

Hay que dejar claro que estas historias, fábulas, mitos, etc. han sufrido sucesivas alteraciones y adaptaciones desde Perrault en el siglo XVII, el cual dio su forma literaria a estos cuentos populares, hasta un conocido estudio cinematográfico de dibujos animados pasando por los hermanos Grimm y Andersen durante el siglo XIX. En esta evolución se embellecieron y simplificaron, pero debemos dejar clara una cuestión: el cuento, originariamente, era para adultos. Uno de los mejores ejemplos lo tenemos con el cuento La Piel de Asno, suavizado para que el tema del incesto no fuera evidente. O por seguir con el ejemplo de Caperucita, ya nos podemos imaginar que en sus diferentes versiones no tiene un final precisamente feliz.

La adecuación de los cuentos para los más pequeños

Esta “adecuación” ha permitido que los cuentos se conviertan en una herramienta que nos puede ayudar en el desarrollo del niño. En primer lugar, para un niño supone una fuente inagotable de aventuras a la par que tiene una afectación a nivel psicológico ayudándole a “poner orden” a su vida interna mediante arquetipos simples.

Los cuentos populares establecen un vínculo entre una problemática que forma parte del mundo interior del niño y una historia no cotidiana, permitiéndole hacer frente a conflictos internos. ¿De qué forma? Pues vinculando la narración con aspectos de la personalidad en desarrollo, de forma breve y mediante arquetipos simples. Por ejemplo, en la Cenicienta encontramos alusiones a la envidia, en Blancanieves a la vanidad o en Hansel y Gretel encontramos el reflejo del miedo al abandono.

¿Y cuando somos mayores?

Cuando nos hacemos mayores abandonamos poco a poco las lecturas de cuentos. Sin embargo, en la adolescencia un cuento siempre puede ser una forma maravillosa de seguir educando: los cuentos de Kafka (La metamorfosis, es el más evidente) son una gran forma de entrar de lleno en el existencialismo del siglo XX, El Jugador de Dostoievski nos muestra los peligros del juego o La muerte de Ivan Ilich de Tolstói nos enseña la importancia de vivir alejados de la superficialidad.

Todo ello sin olvidar otro aspecto capital, la educación y la riqueza cultural que proporciona leer a grandes cuentistas como Chejov, Borges, Poe o Carver, una riqueza intangible pero necesaria. Así pues, ya seamos niños, adolescentes o adultos mejor que no crezcamos nunca y sigamos leyendo cuentos, encontraremos grandes joyas.

David Moreno Poza

 

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