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Bases para una planificación forestal

 

Diseñar e implementar formas de planificación y gestión forestal es tarea compleja. Lo es porque, aunque como concepto se circunscriba a los espacios que definamos como forestales (ya vimos las diferentes formas de conceptualizarlos), su alcance va mucho más allá de los mismos. Y esto tiene que ver con las funciones y usos de los espacios forestales, que no se limitan a los aspectos económicos directos e indirectos, sino también, y cada vez más, a cuestiones ecológicas, paisajísticas y culturales, por ejemplo patrimoniales y de identidad. Ámbitos que desbordan los límites biofísicos de la superficie forestal, las fronteras entre propiedades, regiones y países. Considerar estos aspectos, además de integrar en la planificación y gestión, los riesgos y presiones a que los espacios forestales están sometidos, puede ser un buen punto de partida.

Si al diseñar una planificación forestal superamos el ámbito estrictamente forestal, también los efectos de la planificación repercuten, no solo a los mismos espacios forestales y a los seres vivos que dependen de los mismos, también se extienden a parte o al conjunto de la sociedad. Incluso, dependiendo de los espacios forestales –léase Amazonas, por ejemplo- a la humanidad. Igual que se hizo con la Directiva Marco del Agua a nivel europeo (Directiva 2000/60/CE del 23 de octubre del 2000), reconocer formalmente a todos los seres vivos por igual como usuarios de los recursos forestales, podría ser una buena premisa de partida, aunque generalmente, las cuestiones ambientales y ecológicas ya se incluyen, en la práctica, dentro de los instrumentos y planes de gestión forestal.

Si incorporamos en la planificación los procesos de decisión que afectan a los espacios forestales, debemos tener en cuenta el ámbito sociocultural, económico y político. Respecto al  primer grupo, es imprescindible integrar las perspectivas de las comunidades que viven de y en el bosque, el mundo de la propiedad forestal, muy heterogénea según países y regiones -desde grandes terratenientes hasta pequeños propietarios/as agroforestales o tierras comunales y públicas- , pasando por el mundo rural, los habitantes de la interfase urbano forestal, los sectores ecologistas y ambientalistas o las entidades de custodia del territorio.  A mi entender, integrar los distintos puntos de vista, colaborativos i/o conflictivos entre sí e intentar construir un relato común, es imprescindible, pero siempre primando el bien colectivo y la justicia social i ambiental por encima de los intereses particulares.

El sector económico, comprende a los colectivos que obtienen un beneficio directo de la movilización de los recursos forestales, como al sector secundario –de transformación de dichos recursos, por ejemplo el sector energético- y al terciario, pero también debe enlazar con el mundo agrario y rural. Esto nos recuerda que la planificación forestal debe coordinarse con otras políticas (sociales, económicas, ambientales) y planes territoriales y sectoriales (energéticos, desarrollo rural, gestión de espacios fluviales, paisajísticos, infraestructuras verdes, zonas protegidas, gestión de riesgos). Por lo tanto, también el ámbito político en sí, es otro agente a tener en cuenta a la hora de diseñar la planificación forestal y es preciso buscar sinergias y complicidades entre los distintos entes de la administración que tengan alguna relación.

Planificar es un acto de gobierno colectivo -dice Francesco Indovina- en el que construimos de manera conjunta y colaborativa los escenarios futuros que deseamos. Para ello necesitamos tener en cuenta los procesos sociales y ambientales que han transformado el paisaje forestal y aquellos que en un futuro lo pueden hacer. Significa considerar tendencias pasadas y anticiparnos a los riesgos actuales y futuros, por ejemplo los incendios forestales, plagas o posibles efectos en los espacios forestales del cambio climático.  La planificación debe darse a distintas escalas, partiendo de un rango general para que posteriormente sirva de pauta instrumental y ambiental para planes mucho más locales sobre el territorio.

Los espacios forestales son, en muchos países y regiones, infraestructuras verdes (a nivel europeo ver la comunicación de la Comisión Europea Infraestructura verde: mejora del capital natural de Europa (2013) y la Estrategia de Biodiversidad 2020) y la planificación empieza a articularse en torno a este concepto y a los servicios ecosistémicos. La planificación forestal en Catalunya, por poner un ejemplo, parte de una ley forestal y sigue con un plan de política forestal que debería renovarse cada diez años aproximadamente. Éste debe servir de orientación para los Planes de Ordenación de los Recursos Forestales (en territorios forestales con similares características geográficas, socioeconómicas, ecológicas, culturales o paisajísticas dentro de una región). Finalmente, la planificación se concreta a nivel de finca o fincas agrupadas con los Planes técnicos de Gestión forestal.

Si fuera de interés y para acabar la trilogía forestal, se podría explicar con más detalle la planificación forestal en Cataluña como un caso concreto entro muchos otros.

 

Roser Rodríguez Carreras

Profesora e investigadora del Departamento de Geografía de la Universidad de Barcelona. Colaboradora del Máster en Planificación Territorial y Gestión Ambiental en UNIBA. 

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