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Aprender a ser agua

 

 

La Wikipedia define la superinteligencia como un individuo o un ente hipotético que posee una inteligencia que supera con creces a la de las mentes humanas más brillantes.

Hasta ahora se ha hablado de la superinteligencia dentro del contexto de los sistemas de resolución de problemas, sin embargo, cada día aparecen nuevos ejemplos que nos ayudan a imaginar cómo estos avances en inteligencia artificial nos van a afectar de forma directa.

El pasado diciembre de 2018 el New York Times  publicó un artículo sobre AlphaZero, un programa de ajedrez que “tenía la delicadeza de un virtuoso del juego y el poder de una máquina”. Es el primer ejemplo de un nuevo tipo de inteligencia artificial, que empieza a parecerse a la inteligencia humana.

Hasta ahora, el punto fuerte de las inteligencias artificiales dedicadas al ajedrez era una defensa implacable. Eran mucho más rápidas que los jugadores humanos, nunca se cansaban, y podían evaluar millones de posiciones por segundo. Pero no tenían una comprensión real del juego, carecían por completo de perspicacia, de estrategias, de “saber jugar” dentro de la partida. Hasta ahora.

AlphaZero es no solo más rápido que los jugadores humanos, sino más inteligente. Juega de forma “intuitiva y bella, con un estilo romántico y a la vez agresivo”. Juega partidas elaboradas y es capaz de tomar riesgos. Conoce las reglas y las hace suyas, conoce a sus adversarios y utiliza todos los trucos que va aprendiendo.

¿Cómo ha aprendido AlphaZero? Hasta ahora las inteligencias artificiales aprendían estudiando miles y miles de partidas, y añadiendo complejos algoritmos que les ayudaban a evaluar la importancia de cada pieza y de su posición en el tablero. Sin embargo, a AlphaZero simplemente le dieron las reglas del juego. Aprendió al mismo tiempo que jugaba, es decir, aprendiendo a aprender, a base de prueba y error y practicando. Jugó contra sí mismo millones de veces, y en unas horas se convirtió el mejor jugador de ajedrez de la historia.

Obviamente nadie sabe el futuro de la humanidad, pero todo apunta a que en breve deberemos coexistir con inteligencias artificiales mucho más avanzadas y más eficientes que nosotros en otros ámbitos más allá del ajedrez.

¿Qué papel tiene la educación ante un futuro cercano de tecnología superinteligente? ¿Qué futuro tiene el aprendizaje humano en una sociedad que cambia a un ritmo vertiginoso? ¿Qué debemos enseñar en el aula de idiomas y cómo?

Debemos tener un plan. Pero es más sencillo de lo que parece si asumimos que estamos educando para un futuro (muy cercano, casi presente) que desconocemos, del que no sabemos cuáles serán sus necesidades o profesiones. Un mundo en el que existe la superinteligencia nos ayudará en muchas tareas, pero también dejará obsoletos algunos trabajos y cambiará radicalmente otros. Estaremos en el camino adecuado si entendemos que la salida es educar hacia el desarrollo de estrategias, habilidades y valores para una sociedad en cambio constante. Nuestras clases, por tanto, se han de articular teniendo en cuenta cuatro ejes:

  • Educar en valores: que nos ayuden a recordar la importancia de lo humano y el reconocimiento del otro. Y siguiendo esta idea, si tenemos que destacar un valor en el aula de idiomas, es el de la empatía. Para saber entender al otro, para convivir en un espacio de diferentes culturas, lenguas y maneras de entender, incluso para visualizarnos y comprendernos a nosotros mismos hablando otra lengua. Las imágenes y los vídeos son un recurso muy efectivo en el aula para ver diferentes realidades, para reflejarnos y ver reflejados nuestras otras posibles facetas cuando aprendemos, cuando hablamos otra lengua.
  • Educar en estrategias críticas: junto con el aprendizaje de un idioma, el aula de lenguas es un espacio para desarrollar estrategias que permitan construir una actitud crítica ante la información y el aprendizaje, y nos ayuden a ser responsables con la información que utilizamos o creamos. Reconocer el trabajo de otros, aprender a citar fuentes, a referenciar, a compartir y a remezclar la información, a entender lo que implica publicar información abiertamente o no y cómo hacerlo, a observar reacciones y respuestas de otras personas ante lo que hemos compartido, son actividades que podemos incluir en nuestras clases y que ayudarán a entender la responsabilidad que tenemos ante la información.
  • Enseñar a partir de experiencias: ya no necesitamos (si alguna vez lo hemos hecho) acumular un sinfín de datos. Necesitamos conocimientos prácticos, concretos y de inmediata aplicación, que nos ayuden a recordar, a contextualizar y a aprender y a vivir de esa propia experiencia, en ese mismo momento. El aprendizaje basado el proyectos, la gamificación o utilizar la narrativa son recursos que nos ayudan a crear en el aula estas experiencias.
  • Enseñar a aprender: reconocer que es más importante preguntarse ¿cómo puedo aprender mejor? que ¿qué puedo aprender? La metacognición se puede enseñar en clase. En el aula debe haber un espacio para la reflexión sobre el propio aprendizaje que nos permita replantear objetivos y guiar procesos de aprendizaje. Llevar algunas de estas preguntas al aula nos puede ayudar: ¿Por dónde puedo empezar? ¿Qué dificultades tengo? ¿Por qué me he equivocado? ¿Puedo contar lo que he aprendido? ¿Debería pedir ayuda? ¿Cómo puedo hacerlo mejor? ¿Puedo aplicar lo aprendido en otras situaciones?

Necesitamos conocer las reglas (las que necesitemos en cada caso y entendiendo que pueden o podemos cambiar), pero también aprender jugando dentro de la partida, con otros y con nosotros mismos, a base de intentarlo una y otra vez, de equivocarnos y aprender de ello.

En definitiva, se trata de aprender a ser agua. Aprender a no tener una única forma, a adaptarse, a ser flexible, a escuchar, a empatizar, a reconocer y entrenar tus fuerzas y estrategias, a actuar y a aprender  con otros en un entorno líquido y cambiante.

¿Cuál es tu plan?

 

 

Lola Torres Ríos

Doctora en Didáctica de la Lengua y la Literatura (UB) y tutora del Máster en Formación de Profesores de Español como Lengua Extranjera de UNIBA. Cofundadora y tutora en Campamento Norte.

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