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La historia del exilio republicano y los campos nazis: de las escrituras del yo a la dramaturgia contemporánea

 

A la memoria de Juan Romero Romero

En el campo de concentración de Mauthausen, famoso por la llamada escalera de la muerte, 186 peldaños que permiten acceder a la cantera de granito donde trabajaban hasta la extenuación buena parte de los presos del campo, encontramos, en una de las áreas conmemorativas del actual memorial, una bandera por cada una de las naciones cuyos ciudadanos acabaron en ese campo. En el caso de España, sin embargo, la bandera que ondea en esa sala no es la rojigualda, sino la tricolor, la bandera republicana, una bandera utópica que representa a los más de siete mil hombres, exiliados tras la guerra civil, que terminaron en ese campo de la muerte.

La mayoría comparten una historia similar en cuanto a sus circunstancias: defendieron al gobierno legítimo en una guerra desigual, lucharon por la libertad y la democracia contra el fascismo, y en el invierno de 1939 se vieron forzados al exilio ante el avance imparable ya de las tropas franquistas. Cruzaron los Pirineos para ir a dar con sus huesos en los improvisados campos de concentración franceses, en su mayoría ubicados en las playas del sur del país. Para muchos, la única opción de salir de esos campos atestados de refugiados, donde vivían desde hacía meses en condiciones infrahumanas, era alistarse en las Compañías de Trabajadores Extranjeros del ejército francés. Allí les apresaron los alemanes a partir de la ocupación de Francia, en junio de 1940, les llevaron primero a Stalags, campos de prisioneros de guerra, y les deportaron después a los campos de concentración que tenían por todo el Reich. Aunque Mauthausen, en Austria, fue el principal destino de estos exiliados, más de dos mil españoles terminaron en otros campos. Se calcula que, en total, fueron unos nueve mil doscientos los exiliados republicanos que sufrieron el horror nazi y sus campos. Más de cinco mil no sobrevivieron. En Mauthausen, murieron dos de cada tres republicanos españoles.

El destino de los supervivientes tras la liberación de los campos por las fuerzas aliadas en 1945 fue descorazonador. Mientras el resto de prisioneros volvía a sus países, los españoles no tenían país al que volver. En el campo se les identificaba con un triángulo azul, el de los apátridas. La España de la dictadura franquista no era su lugar, y fueron pocos los que se arriesgaron a volver. La mayoría se asentó en Francia, donde vivieron en el exilio, algunos hasta la muerte del dictador, otros el resto de sus días. Su historia, sin embargo, estuvo silenciada en nuestro país durante décadas.

Por suerte, algunos trabajos pioneros, como el libro de Montserrat Roig Els catalans als camps nazis (Barcelona: Edicions 62, 1977), abrieron la puerta a otros estudios que eclosionaron a finales del siglo XX y principios del XXI y permitieron recuperar muchas de las vivencias de esos exiliados víctimas del Holocausto. En este sentido, además de estudios específicos como el de David W. Pike, Españoles en el Holocausto (publicado en castellano en 2003, pero revisado y ampliado para la edición de Barcelona: Debolsillo, 2015), destaca la labor de investigación, recuperación y catalogación llevada a cabo por Benito Bermejo y Sandra Checa en el Libro memorial. Españoles deportados a los campos nazis (1940-1945) (Madrid: Ministerio de Cultura, 2006) o la base de datos elaborada por el Memorial Democràtic e inaugurada el pasado mes de mayo, con ocasión del 75 aniversario de la liberación de Mauthausen, y disponible en línea.

Sin embargo las experiencias de los exiliados republicanos en los campos nazis no se ha estudiado únicamente desde el campo de la Historia, sino también desde los estudios literarios e incluso teatrales. Esta dura experiencia generó mucha literatura escrita por los propios penados. Algunos optaron por géneros ficcionales, aunque con una fuerte base autobiográfica, como sería el caso de Joaquim Amat Piniella y su novela testimonial K. L. Reich (aparecida originalmente en 1963, aunque su versión íntegra, en edición de David Serrano i Blanquer, no se publicaría hasta 2001 en Barcelona: Edicions 62) o su poemario Les llunyanies (Berga/Barcelona: Albí/Columna, 1999), pero la mayoría apostó por la no ficción en las llamadas escrituras del yo, que engloban diarios, memorias, autobiografías, epistolarios…

En este género, los testimonios son muchos y muy variados. Pero todos, independientemente de la experiencia de sus autoras y autores con la pluma, justificaron ese acto de escritura como un acto más de resistencia frente a la barbarie, como un acto de memoria. Su objetivo al contar su historia, como expresan en algún momento en la inmensa mayoría de libros testimoniales publicados por supervivientes, es combatir el olvido y evitar, así, que esos hechos vuelvan a ocurrir. Porque, como escribiera el filósofo George Santayana, “those who cannot remember the past are condemned to repeat it” (The Life of Reason, I. London: A. Constable, 1906, p. 284).

Algo significativo en estos testimonios, no obstante, son las trampas de la memoria. Y es que muchos escriben sobre su experiencia concentracionaria años después de haberla vivido, ya al final de sus vidas, y con todo un imaginario creado alrededor del Holocausto. De ahí que muchos historiadores no consideren fiables estos materiales en cuanto a su rigor histórico. Pero nada impide su estudio desde el campo de las escrituras del yo, ya que suelen ser testimonios muy ricos. Merece mucho la pena enfrentarse a uno de estos textos para apreciar el esfuerzo que hacen sus autores por testimoniar aquel sinsentido. Aunque todos son válidos, uno de los más interesantes, desde mi parecer, por su originalidad en cuanto al periplo vital de la autora y por ofrecer algo que escasea en el ámbito hispánico de los campos nazis, la mirada femenina, es El valor de la memoria, de Mercedes Núñez Targa (Sevilla: Renacimiento, 2016).

También la dramaturgia contemporánea se ha servido de esos testimonios y de la historia de los republicanos exiliados en el Holocausto para ofrecernos obras comprometidas con la memoria democrática de nuestro pasado reciente. En muchos casos, se trata de piezas con un pulso dramático envidiable, que ya desde las páginas del libro traspasan al lector de una emoción que en la puesta en escena no hace sino aumentar. Podríamos destacar, entre otras, J’attendrai, de José Ramón Fernández (Valencia: Alupa, 2017) o El triángulo azul, de Laila Ripoll y Mariano Llorente (Madrid: Centro Dramático Nacional, 2014). Recientemente se ha publicado De Plutón a Orfeo. Los campos de concentración en el teatro español contemporáneo (1944-2015), un estudio de Antonia Amo Sánchez (Bilbao: Artezblai, 2020), ganador del último Premio Internacional Artez Blai de Investigación sobre las Artes Escénicas, donde la investigadora repasa estas obras de dramaturgia contemporánea que se contextualizan en el universo concentracionario español, en este caso no sólo en los campos nazis, sino también en los campos de concentración franceses, y abarca las huellas de los mismos en la literatura dramática desde Max Aub, célebre exiliado, hasta los títulos arriba mencionados.

Sigue siendo necesario que, no sólo desde las Ciencias Sociales, sino también desde las Humanidades, atendamos estos ejercicios de memoria que permiten dar voz a todos los exiliados republicanos que sufrieron la barbarie nazi, tanto los asesinados como los que vivieron para contarlo. Aunque en nuestro país se haya tardado tanto en escucharles, aunque no se haya hecho lo necesario para reparar el daño. Desgraciadamente, este pasado sábado 3 de octubre fallecía Juan Romero Romero, el prisionero 3799 del campo de Mauthausen, el último superviviente español de aquella experiencia. Tenía 101 años y hasta este pasado mayo no recibió el reconocimiento del gobierno español, a pesar de que en Francia, donde vivió desde 1945, se le condecoró incluso con la Legión de Honor hace décadas. Con él perdemos al último testigo de una experiencia que todavía hoy debe seguir interpelándonos y que debemos seguir combatiendo. Porque aunque los nazis perdieran la guerra, el horror de los campos y las ideas políticas que los permitieron siguen hoy vigentes en nuestras sociedades.

 

Esther Lázaro

Profesora de UNIBA

 

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