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MÉXICO 1968: Los escritores que contaron la verdad

 
MÉXICO 1968

El año de 1968 supuso en Europa y Estados Unidos la culminación de una tradición contracultural que se opuso frontalmente a los mecanismos institucionalizados de las democracias burguesas y que trajo consigo una revolución a todos los niveles imaginables: ideológico, político, social, artístico, sexual y un largo etcétera. En México, en cambio, lo que el Movimiento Estudiantil reclamaba era tan solo una cosa: democracia. No se cumplió, o mejor dicho, se cumplió en los mismos términos en que hoy decimos que el Mayo francés fue un éxito: la batalla no fue tanto política como moral y, por tanto, la victoria fue más cultural que material. Así lo advertía el escritor Carlos Monsiváis al decir que el 68 mexicano fue el despertar de una conciencia crítica, el nacimiento de una cultura democrática en un país cuyo gobierno fue presidido por el mismo partido durante setenta y un años, desde 1929 hasta el 2000.

Y, sin embargo, a pesar de su condición de revolución cultural, de protesta pacífica y no armada, no podemos decir, ni mucho menos, que la convulsa década de los 60 en México se saldara sin muertos. La respuesta del gobierno fue casi siempre la misma, una represión militar y policial absoluta que normalmente se llevaba por delante decenas de muertos, cientos de heridos y miles de detenidos. El autoritarismo del Partido Revolucionario Institucional adquirió unas formas de terrorismo de Estado tan obscenas que los muchos ciudadanos que no eran favorables a las protestas se sumaron masivamente a ellas y reivindicaron sus derechos democráticos. Llegó hasta tal punto la represión que la lista de reclamaciones recogidas en el pliego petitorio que publicó el Movimiento el día 4 de agosto del 68 estaban fundamentalmente dirigidas a las víctimas de los actos violentos: libertad de los presos políticos, desaparición del cuerpo de granaderos, destitución de varios jefes de policía, indemnización de todos los muertos y heridos, y el deslindamiento de responsabilidades. Pero el capítulo más trágico de esta historia aún estaba por suceder.

El 2 de octubre de 1968 se organizó una concentración en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, Ciudad de México, a la que acudieron varios miles de personas, entre ellas jóvenes estudiantes y familias enteras. Todos los testimonios recogen esta misma imagen: a eso de las seis de la tarde, dos bengalas sobrevolaron el cielo. A partir de ahí se activaron los engranajes de una operación militar y paramilitar por la cual la policía secreta, infiltrada entre los manifestantes y vestida de civil, abrió fuego contra los militares que debían custodiar el evento. Así se hizo, y así se justificó, la actuación del ejército, que disparó indiscriminadamente y haciendo uso de estrategias de guerrilla urbana para acabar con las protestas de un plumazo. Aún hoy, en el cincuenta aniversario, no hay un recuento oficial de asesinados; al día siguiente, la prensa institucional señaló que habían perecido, bien a causa de la estampida o en legítima defensa propia por parte del ejército, entre veinte y treinta civiles. Las cifras que normalmente se barajan en la actualidad oscilan entre los trescientos y las seiscientos asesinados, el doble de heridos y más de dos mil detenidos. La escena de los días siguientes es dolorosamente trágica: las madres de los estudiantes buscaban por toda la plaza los zapatos de sus hijos para saber si estaban, o no, entre los “desaparecidos”.

Estos hechos, tan imperdonables como irreversibles, supusieron para el arte y la literatura mexicanas que se volcaran hacia una representación y una crítica de la sociedad tremendamente politizada que acabó por constituirse como una auténtica oposición democrática al gobierno autoritario de Gustavo Díaz Ordaz. Los autores mexicanos, en un momento de dispersión estética, política e, incluso, física (muchos ni siquiera se encontraban en el país), acabaron por confluir a través de unos recursos y unos temas que remitían constantemente al 68 mexicano; así, los 70 vieron la publicación de decenas de libros con una enorme tónica política y esencialmente crítica. Una de las primeras respuestas a la matanza de Tlatelolco fue la inmediata dimisión de Octavio Paz como embajador en Nueva Delhi y la composición de su poema México: Olimpíada de 1968, donde compara la situación social de su país con los sacrificios humanos aztecas. Al Nobel lo seguirían escritores como Sergio Pitol, quien también abandonó un cargo en la embajada de Belgrado, José Revueltas, perseguido por el régimen por su participación activa en el Movimiento, y otros muchos como Rosario Castellanos, José Emilio Pacheco, Fernando del Paso, Carlos Monsiváis, etc.

Sin embargo, la obra que no podemos dejar de citar en recuerdo de la tragedia es La noche de Tlatelolco (1971), de Elena Poniatowska. Esta novela polifónica, compuesta de testimonios vivos, anteriores y posteriores al día 2, de un bando y de otro, de familiares, testigos, víctimas y verdugos, constituye una grandiosa labor periodística que reunió todas las voces de los actores protagonistas en los hechos. Sucedió que varias de las entrevistas que realizó durante la recopilación de testimonios fueron a presos políticos en la cárcel de Lecumberri y los guardias le impedían tomar notas, por lo que Poniatowska debía regresar rápidamente a su casa para transcribir de memoria lo dicho por los entrevistados. Sin ningún apoyo y a contracorriente, consiguió la escritora levantar un monumento a las víctimas inocentes, a las familias que para siempre estaban condenadas a recordar ese episodio, un auténtico monumento a la democracia y a la libertad del pueblo mexicano, con la verdad como única aliada.

En la actualidad, el gobierno mexicano, responsable directo de los asesinatos, no quiere recordar los sucesos de Tlatelolco; incluso que mantenido esas prácticas de violencia institucional contra civiles y, en especial, contra los estudiantes en protesta, como ocurrió en el caso de la desaparición forzada de Iguala, en 2014. A pesar de todo, una cosa está clara: cincuenta años después de la matanza, los mexicanos y las mexicanas no olvidan el día 2 de octubre.

 

Marcelo Urralburu, investigador en formación.

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