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Otro día recordando a Beckett

 

Estamos viviendo momentos especialmente complejos, de honda angustia e incertidumbre, pero también del que emanan sentimientos positivos de gran fortaleza: colaboración, solidaridad, comunidad y cuidados, entre tantos otros. El gran reto que nos pone por delante este tiempo es la permanencia en el presente, un tiempo muchas veces olvidado o desvirtuado, entre las preocupaciones del mañana y las huellas del ayer. Actualmente, y de forma insólita a nivel mundial, nos encontramos individualmente ante un abismo con respecto al futuro, con profundas incógnitas que no sabemos descifrar. Solo podemos situarnos en el hoy y continuar un día más, esperando a saber qué pasará; es esa incertidumbre la que nos aleja del peso del pasado y nos hace mantenernos a flote solo en el presente.

Resuenan entonces en este tiempo las palabras de Winnie en Los días felices de Samuel Beckett, quien comienza la obra alegrándose por «¡Otro día divino!» (p. 133). Justo cuando este confinamiento comenzó en España, en el Centro Dramático Nacional (en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle Inclán de Madrid) se había estrenado una fabulosa y exitosa versión de este afamado texto beckettiano bajo la dirección de Pablo Messiez y con las sublimes interpretaciones de Fernanda Orazi en el papel de Winnie y Francesco del Carril interpretando a Willie.

En Los días felices, Winnie tiene atrapada la mitad de su cuerpo en un montículo. Como espectadores, solo podemos ver de su cintura para arriba. Ante esta imagen provocadora, observamos cómo se construye la realidad de Winnie diariamente, cómo ha diseñado una tradición que se enfrenta y se conjuga con su realidad asfixiante. Son las pequeñas cosas las que articulan su rutina, aquellas que compartiríamos cualquiera en nuestro día a día: lavarse los dientes, peinarse, arreglarse o limarse las uñas se combina con el fluir de su conciencia y una conversación continuada con Willie, consigo misma, a veces frustrante, otras feliz. Winnie busca salvarse cada día, aguantar, sobreponerse a la situación inmovilizadora que la atrapa. Dentro de la lógica beckettiana, ella asume su contexto, acepta su sino y convive con ese cuerpo cubierto por un montículo. Lo acepta incluso cuando, en el segundo acto, habiendo transcurrido más de una década de su aprisionamiento, el montículo llega hasta su cuello y solo deja su cabeza luchando contra el abismo.  

La complejidad y grandeza de Samuel Beckett reside en su pluralidad de significados. Sus textos no tienen una única lectura o visión posible, incluso son capaces de interrogarnos de formas diversas dependiendo del momento vital en que el que nos lleguen. Me niego a creer que Beckett tiene una lectura unívoca, un único sentido a propuestas tan complejas y profundas como las que plantea. El autor interroga a cada persona y le hace explotar sus propios miedos, sus cerrazones, sus imposiciones, a plantearse lo que le oprime, sus esperanzas y desesperanzas, sus relaciones con la sociedad y con los seres humanos, su más honda existencia desde el vacío de la existencia misma.

Cuando en febrero asistía a la representación de Los días felices, la Winnie de Orazi descubría unos significados que el tiempo actual me devuelve más vivos que nunca. La tragedia existencial en clave absurdista se torna ahora terriblemente común y nos descubrimos, como Pablo Messiez nos recuerda lúcidamente estos días en sus redes sociales, empatizando con Winnie. Nos aferramos a la rutina, a aquellos objetos cotidianos que nos salvan, a entretenernos en nuestro día a día, a la relación con nuestro propio discurrir de pensamiento, a nuestra memoria y a las personas que nos rodean.

En muchas ocasiones surge un debate en torno a las obras de Beckett sobre el sentido desesperanzado o esperanzado de sus textos. Solo de una mente brillante como la suya podrían surgir propuestas que, desde la insondable desesperanza de unos personajes atrapados en su destino trágico, se extraiga un sentimiento humano tan profundo, una humanidad tan salvadora, la liberación hallada en la compañía. Esa es la que siempre me aparece en mi lectura personal sobre su obra.

Cuando pienso en Winnie, ante la tragedia de esa mujer atrapada por un montículo, ante su soledad frente a la desgracia, rescato su capacidad de resiliencia, su grotesco deseo por vivir; a pesar de que su optimismo resuene ridículo y absurdo ante la situación vivida, Winnie intenta sobreponerse y alentarse cada día. Y uno de los elementos esenciales para ello es su relación con Willie. Este personaje tan oscuro -tan maravilloso en su complejidad- no aparece más que en limitadas ocasiones durante la obra (en el segundo acto, solo en la escena final), pero sus contadas apariciones, sus mínimas intervenciones textuales y sus fugaces conversaciones con Winnie nos muestran que es la presencia de Willie la que rescata a la protagonista de la soledad. Winnie habla consigo misma, pero necesita de la otredad para sentirse atada al mundo. Así, le dirá a Willie:

Winnie.- (…) saber que en teoría puedes oírme, aunque de hecho no lo hagas, es todo lo que necesito, sentirte ahí, a la escucha y a lo mejor atento, es todo lo que pido, no decir nada que no desearía que escucharas o que pudiera hacerte sufrir, no estar charlando sin cesar, a crédito, por decirlo así, sin saber y algo royéndome aquí dentro. (Pausa para tomar aliento) La duda. (…) Oh sin duda llegará el momento en que antes de pronunciar una palabra tendré que estar segura de que has oído la última y después sin duda llegará otro momento cuando tendré que aprender a hablar conmigo misma cosa que jamás he podido soportar un desierto semejante. (p. 167)

Frente al desierto desolador en el que se encuentra, donde no queda más que aguantar y esperar a que algo ocurra, es la presencia de Willie la que la mantiene viva, la presencia de otro ser humano con el que compartir su trágica existencia. Así, la desesperanza aporta por momentos luces de bondad: es en la humanidad en quien podremos encontrar nuestra salvación personal.

Quizás sea esta una lectura oportunista, es cierto, pero ¿acaso no ocurre lo mismo en Esperando a Godot de Samuel Beckett? Vladimir y Estragón -Didí y Gogo- están solos en un espacio vacío. No queda nada que hacer, nada más que el presente y la espera porque algo incierto ocurra, porque alguien los salve, porque Godot decida aparecer y los rescate de su letanía. Eso nunca ocurrirá. Mientras, se tendrán a ellos dos, juntos para hablar (también Didí reclama constantemente la atención de Gogó para sus cavilaciones), para mantenerse vivos, para jugar, para esperar pacientemente a que ocurra algo. Para ellos, el futuro no existe, se ha eliminado toda memoria sobre el pasado y solo queda el presente, el terror y las ganas de hacerle frente en la compañía uno del otro.

Incluso en el final trágico de Los días felices, el desenlace abierto nos deja ante la incertidumbre, y dudar lleva consigo siempre la conjunción entre terror y esperanza. En este momento, Willie sube por primera vez al montículo y se acerca a Winnie; sin conocer sus intenciones, una pistola entre ambos abre el espacio de posibilidades para la recepción del espectador. La mirada mantenida entre ambos como final de la obra genera, al menos, desde la desgracia hasta una remota posibilidad de salvación conjunta o una culminación de la tragedia existencial de ambos (por qué no, también liberadora).

El nihilismo y la tragedia que se desprende de Beckett en estas dos obras se construye pasada la catástrofe de la II Guerra Mundial, por lo que mucha es la distancia con aquel tiempo y mucho debemos seguir trabajando para para que así sea, frente a todo pensamiento autoritario que busque enfrentarnos como sociedad. No obstante, es momento para preguntarnos cuáles son los montículos que nos atrapan, qué estamos esperando, cómo afrontamos el presente y qué ha removido en nosotros este tiempo hacia el devenir.

Y, en cualquier caso, es tiempo para volver a nuestros clásicos, como diría Winnie. Para repasar las cosas de nuestro alrededor, aquellas nimiedades que nos mantienen con cordura en este tiempo a través de la rutina. Para Winnie: el espejo, el cepillo, el gorro, el bolso, por supuesto, y todo lo que pueda hallar en su interior. Los recuerdos, la literatura, el pensamiento y el diálogo con alguien, con otro, con otra, para protegernos ante la locura. No está tan alejado de lo que estamos experimentando. Es un buen tiempo para volver a Beckett, para pensar en cómo nos construimos como seres humanos, para vigilar los artefactos que nos atrapan y mantenernos con vida. Y cuando todo pase, para volver a reunirnos en el teatro para pensar en comunidad, junto a Winnie y Willie, junto a tantos otros personajes, sobre nuestra sociedad y nuestra existencia.

 

Alba Saura Clares

Profesora de UNIBA

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