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Queer, literatura, Latinoamérica

 

En los últimos años, las teorías queer han conseguido una difusión cada vez más amplia en el ámbito latinoamericano, aunque sus usos y (re)apropiaciones no siempre resulten similares. Habría que comenzar señalando que esta palabra inglesa -que significa “raro”, “extraño”- fue utilizada, en su contexto original, como un insulto dirigido hacia personas cuyo género y/o sexualidad disidían con la “normalidad” heterosexual. Sin una traducción exacta al castellano, queer tendría un amplio repertorio de posibles correlatos en Latinoamérica: “marica”, “joto”, “puto”, “loca”, “pájaro”, “pato”, “tortillera”, “torta”, “camionera”, entre otros tantos términos derivados de una fértil imaginación homo-lesbo-trans-fóbica. Sin embargo, la historia de la palabra queer es muy diferente a la de estos términos populares que todavía se siguen utilizando como injuria. Queer asumió, a partir de finales de los años 80, una nueva significación, al ser apropiada por personas que declaraban una radical inconformidad con respecto al género y la sexualidad. Aunque el movimiento gay y lesbiano había obtenido logros de indudable relevancia, hacia los años 80 y en un contexto marcado por la crisis del VIH/sida y el avance de gobiernos conservadores, muchas de sus consignas originales a favor de una revolución social y sexual habían sido abandonadas. Ya no se buscaba una transformación profunda de las estructuras que favorecían la exclusión de las minorías sexuales, sino que se abogaba por la respetabilidad y la integración. Queer supuso, en ese sentido, una vuelta a las políticas combativas de los años 70, y se orientó, teóricamente, hacia una disolución de la idea de “identidad”. Una persona queer puede percibirse de maneras muy diversas con respecto a su género y a su orientación sexual; no abraza una identidad determinada (como en los casos de “gay” o “lesbiana”), y escapa de los binarismos que dominan nuestro sistema sexo-genérico.

Lo queer desembarcó en Latinoamérica a finales del pasado milenio, y a lo largo de estas dos décadas ha ido conquistando múltiples espacios, tanto en la vida cotidiana y el activismo como en la academia y la creación artística. Resultan muy frecuentes, por ejemplo, las referencias al arte y la literatura queer, aunque, como apuntaba antes, no siempre sean muy nítidas las fronteras con “gay”, “lesbiana” y “trans”. El hecho de que la palabra inglesa se haya adoptado de manera tan entusiasta, desconociendo muchas veces su trayectoria en el mundo anglófono, explica los usos particulares de que es objeto. Como sugiere José Maristany (2013: 109), queer “permite mantener un cierto pudor que se vuelve estratégico en nuestro contexto socio-cultural al momento de pensar desarrollos académicos y acciones militantes: un ‘espacio queer’ es, de algún modo, una pantalla que contrabandea un coeficiente de abyección cargado de una inquietante ambigüedad en cada enunciación, puesto que es un significante vacío para los hispanohablantes, significante para el que estamos elaborando y adecuando un contenido en cada utilización que de él hacemos”. El fracaso en el intento de traducir queer e incluso, en épocas más recientes, su reconversión/transcripción fonética en “cuir” por parte de numerosxs activistas y académicxs, es elocuente con respecto a la consolidación de la palabra y la imposibilidad de sustituirla por algún equivalente en castellano. Queer y “cuir”, en definitiva, ya forman parte de nuestro lenguaje, más allá de que, como advierte Maristany, se le asignen contenidos dispares cada vez que se la emplea.

Existe tanto una literatura queer (especialmente a partir del siglo XXI), como una práctica de lectura e interpretación que se sustenta en los desarrollos teóricos-metodológicos de los estudios queer. Aunque se discute, en ocasiones, la existencia de ciertas propiedades textuales distintivas, los intentos por identificar esas propiedades no suelen conducir a resultados demasiado satisfactorios, al igual que cuando se pretende establecer los rasgos de una literatura “femenina”, o “gay”, o “lesbiana”. Hay, por supuesto, temas (y textos) que se pueden asociar rápidamente con las teorizaciones queer -e incluso autorxs que, familiarizados (o no) con ellas, producen obras abiertamente disidentes. Sin embargo, la riqueza y productividad de una aproximación queer a la literatura radican en que no se limita a aquellas obras que interrumpen de forma deliberada la lógica sexo-genérica dominante; permite, además, leer textos muy diversos, algunos de ellos canónicos, que desde esta perspectiva adquieren matices no advertidos en otro tipo de abordajes. La óptica queer, en definitiva, contribuye a iluminar un amplio espectro de obras literarias, centrales al canon o marginales a él, contemporáneas y de otras épocas. Lo importante, en todo caso, radica en prestar atención a los modos en que la disidencia se manifiesta en un texto. Queer exige una puesta en crisis de los binarismos, un desbaratamiento de las esencias. Claro que por su complejidad intrínseca la literatura puede albergar figuraciones antagónicas, personajes que se decanten por una identidad más fija frente a otros que no encajen tan fácilmente en una definición o etiqueta determinadas. En todo caso, las teorías queer proveen las herramientas necesarias para hacer los deslindes pertinentes. De eso habla, por ejemplo, un interesante volumen de Didier Eribon titulado Teorías de la literatura. Sistema del género y veredictos sexuales (2017).

El corpus de literatura latinoamericana queer, y/o susceptible a un análisis desde ese paradigma -o en conjunción con los estudios feministas, de género, o gais/ lésbicos/trans- es muy amplio y heterogéneo. Ya en la primera mitad del siglo XX contamos con algunas piezas indispensables, como la obra teatral Los invertidos (1914) del argentino José González Castillo; el cuento “El hombre que parecía un caballo” (1914) del guatemalteco Rafael Arévalo Martínez, o la novela Pasión y muerte del cura Deusto (1926) del chileno Augusto D’Halmar, por nombrar solo tres hitos de distintos géneros. Podría decirse, a riesgo de generalizar, que la visibilidad de las disidencias sexo-genéricas fue muy problemática hasta la década de 1970, debido a la censura externa -ya fuese explícita o implícita- e incluso a la propia reticencia de muchxs autorxs a dar a conocer literatura de temática homoerótica; ese fue el caso, por ejemplo, de la notable novela Habitaciones de la argentina Emma Barrendeguy, escrita en los años 50 pero que recién vio la luz en 2002. No sería adecuado, sin embargo, tildar la literatura de las primeras décadas del siglo como necesariamente estigmatizante o condenatoria; de hecho, una lectura queer permite revisar la historia literaria y encontrar fugas sorprendentes a la heteronormatividad. Es cierto que hay un antes y un después a partir de los años 70, cuando en sintonía con lo que estaba ocurriendo en Estados Unidos y Europa, se iniciaron en Latinoamérica las luchas a favor de homosexuales, lesbianas y otras minorías. La politización de las disidencias y su visibilidad, así como la progresiva apertura social y cultural, favorecieron escrituras cada vez más libres y radicales, de autorxs hoy imprescindibles en un canon LGTBIQ latinoamericano como serían Manuel Puig (1932-1990), Sylvia Molloy (1938), Copi (1939-1987), Cristina Peri Rossi (1941), Reinaldo Arenas (1943-1990), Luis Zapata (1951) o Pedro Lemebel (1952-2015), entre tantxs otrxs. Conviene tener en cuenta, sin embargo, que un archivo queer de la literatura de nuestros países estará siempre incompleto si se lo reduce a sus expresiones más contemporáneas. La recuperación de todos aquellos textos que -así fuese tímidamente- contribuyeron a desafiar los mandatos de la heterosexualidad obligatoria constituye una tarea fundamental. La multiplicación de libros, artículos, conferencias y cursos que orbitan en torno a las aproximaciones queer sugieren que esa tarea se está realizando y que contribuirá a enriquecer, en su conjunto, el panorama de la crítica literaria latinoamericana, durante tanto tiempo sometida al yugo de una visión patriarcal y ciega a las diferencias.

 

Jorge Luis Peralta

Profesor de UNIBA

 

Bibliografía

Balderston, Daniel (2004), El deseo, enorme cicatriz luminosa. Ensayo sobre homosexualidades latinoamericanas, Rosario: Beatriz Viterbo.

Eribon, Didier (2017 [2015]), Teorías de la literatura. Sistema del género y veredictos sexuales, trad. Carlos Schilling, Buenos Aires: Waldhuter.

Falconi, Diego, Santiago Castellanos y María Amelia Viteri  (eds.) (2016), Resentir lo “queer” en América Latina: diálogos desde/con el sur, Barcelona y Madrid: Egales.

Foster, David William (2020), Torcer lo recto. Lo homoafectivo en América Latina, La Plata: Editorial de la Universidad Nacional de La Plata.

Ingenschay, Dieter (ed.) (2018), Eventos del deseo. Sexualidades minoritarias en las culturas/literaturas de España y Latinoamérica a finales del siglo XX, Madrid y Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert.

Maristany, José Javier (2013), “Del pudor en el lenguaje. Notas sobre lo queer en Argentina”, Lectures du genre, 10, pp. 102-111.

Martinelli, Lucas (ed.) (2016), Fragmentos de lo Queer: Arte en América Latina e Iberoamérica, Buenos Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires. 

Mérida Jiménez, Rafael M. (ed.) (2002), Sexualidades transgresoras. Una antología de estudios queer, Barcelona: Icaria.

Peirce, Joseph, Mario Pecheny y Fernando Blanco (eds.) (2018), Políticas del amor: derechos sexuales y escrituras disidentes en el Cono Sur, Santiago de Chile: Cuarto Propio.

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