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De cuando las humanidades son interdisciplinarias: El estudio musicológico de los bailes de máscaras a través de la literatura.

 

Si a cualquiera de los presentes se nos preguntase sobre el Carnaval, probablemente la gran mayoría respondería que es un período que se encuentra entre el final del tiempo litúrgico de Navidad y finaliza con el inicio del tiempo cuaresmal. En nuestra sociedad actual la fiesta del Carnaval ha perdido, en gran medida, la idiosincrasia que se le otorgaba en épocas pasadas. En cambio, en una sociedad en la que la religión y la política oprimían a sus ciudadanos, era necesario un lapso de tiempo que permitiera que los individuos pudiesen desahogarse y comportarse sin decoro alguno, para asumir la inminente Cuaresma que se allegaba, siendo ésta la época más prohibitiva del calendario litúrgico.

No obstante, los períodos de algarabía no son únicamente propios de los tiempos en los que imperaba la religión católica, sino que es algo intrínseco a la calidad humana. Por eso, Santiago Ángel Saura (Eblis), naturalista y escritor, ya afirmaba que:

"En la mayor parte de los pueblos desde los más remotos siglos, descuellan notablemente las fiestas de máscaras que se celebran durante un periodo de tiempo más ó menos largo denominado El Carnaval (Saura, 1851: 7)".

Eso sí, si se habla de carnaval, Eblis apunta que:

"Barcelona fué indudablemente el primer pueblo en donde se empezó́ a celebrar el carnaval con aparato y ostentación, y seguramente el único de la Península en que de algunos siglos á esta parte ha habido constantemente bailes de máscara (Saura, 1851: 53)".

Y a eso, añade un fragmento del Desdén, con el desdén del dramaturgo Agustín Moreto, en el que el personaje de Polilla recita cómo se viven los “Carnestolendas” en Barcelona:

"Que en Barcelona uso es / De esta gallarda nación / Que con fiestas se divierte, / Llevar, sin nota en su fama / Cada galán a su dama. / Esto en palacio es por suerte: / Ellas eligen colores, / Pide uno el galán que viene / Y la dama que le tiene / Va con él, y á hacer favores / Al galán el día la empeña / Y él se obliga a ser imán; / Y es gusto, porque hay galán / Que suele ir con una dueña... (Saura, 1851: 54)".

La afición barcelonesa por el Carnaval fue in crescendo hasta el punto en que en 1803 la Casa de la Caridad de Barcelona obtuvo el privilegio de dar Bailes Públicos de Máscaras, cuyo beneficio iría dirigido a los pobres que se albergaban en dicho refugio (Clavé, Torres, 1860: 57). A partir de este momento dio inicio la época dorada de los bailes de máscara, que se alargó durante todo el siglo, y un sinfín de teatros y locales de todo tipo, además de casas particulares, ofrecieron estos eventos tan anhelados por la sociedad barcelonesa.

Imagen de la sala del Gran Teatre del Liceu durante un baile de máscara. 

La literatura coetánea se hizo partícipe de estas actividades sociales y musicales, incluyéndolas como escenario en algunas de sus tramas. De hecho, hay una gran cantidad de novelas y obras de teatro en las que, en algún momento, se describe un baile de máscaras. Por este motivo, la literatura, aunque no sea un retrato fidedigno de la realidad, se constituye como una herramienta de análisis social, musical y cultural de este fenómeno. Ejemplos significativos en los que se describen bailes de máscaras se encuentran en algunas novelas francesas.

En Rojo y Negro, Stendhal describe con todo detalle la celebración de un baile de máscaras a ojos de Julien Sorel, el hijo de un carpintero de Verrières. Sorel, que quiere adentrarse en la alta sociedad, es invitado por el Comte Norbert al baile del señor Retz. Sorel detalla el lujo con el que se había decorado el baile. De hecho, Stendhal añade que “aquel conjunto le pareció extraordinario a nuestro provinciano” (Stendhal, 1987: 330) y, en cuanto a la concurrencia, el autor comenta que “había una aglomeración a la puerta del segundo y el gentío era tal, que le resultó imposible avanzar.” (Stendhal, 1987: 330). Por otra parte, el interés por lo exótico es intrínseco al siglo XIX y, evidentemente, un baile de máscaras se aprovecharía de esta estética: “aquel segundo salón estaba decorado representando la Alhambra de Granada”. (Stendhal, 1987: 330). En el terreno musical, Stendhal también da información sobre el repertorio, cuando uno de los personajes dice: “—Esta cuadrilla de Coulon[1] me parece admirable; y esas señoras lo bailan de un modo perfecto” (Stendhal, 1987: 332).

Emma Bovary también era una gran aficionada a los bailes de máscaras y, en Madame Bovary, Gustave Flaubert dedica páginas enteras a la descripción de estas actividades. En el baile del marqués de Andervilliers, mientras Emma y Charles Bovary terminaban de acicalarse, “se oyeron el ritornelo del violín y los sonidos de un cuerno. […] Las cuadrillas habían empezado. Llegaba gente. Se empujaban” (Flaubert, 1991: 51). Por otra parte, Flaubert describe a la perfección los atuendos que llevaban las señoras:

"Los adornos de encaje, los broches de diamantes, los brazaletes con medallones, se estremecían en los corpiños, centelleaban en los escotes, tintineaban en los brazos desnudos. Las cabelleras, bien pegadas sobre la frente y retorcidas en la nuca, lucían coronas, racimos o ramos de miosotis, de jazmines, de flores de granado, de espigas o de azulejos (Flaubert, 1991: 51)".

En cuanto al repertorio, Flaubert indica que se interpretaron cuadrillas, aunque más adelante, también habla del cotillón y del vals (Flaubert, 1991: 46).

Guy de Maupassant proporciona un testimonio literario todavía más interesante que los dos anteriores, y es que es autor de un cuento, cuyo argumento gira entorno a los bailes de máscaras. Con La máscara, Guy de Maupassant narra la historia de un anciano que pasaba todas las noches de baile en baile por París. Maupassant abre el cuento con la descripción de un baile celebrado en el Elysée-Montmartre, en el que:

"...la formidable llamada de la orquesta, resonante como una tempestad musical, desbordaba las paredes y el techo, se difundía por el barrio, iba a despertar, por las calles y hasta en el fondo de las casa vecinas, el irresistible deseo de saltar, de estar caliente, de divertirse que dormita en el fondo del animal humano (De Maupassant, 2012: 271)".

Cartel de un baile de máscara en el Élysée Montmartre. Disseño de Jules Chéret.

Centrándose en la concurrencia, el baile de París muestra a gente de todas clases, y Maupassant enumera los siguientes:

"...eran empleados, chulos, mozas, mozas de toda estofa, desde el vulgar algodón a la más fina batista, mozas ricas, viejas y cargadas de brillantes, y mozas pobres, de dieciséis años, llenas de ganas de andar de juerga, de entregarse a los hombres, de gastar dinero” (De Maupassant, 2012: 271)".

Las lecturas estudiadas constituyen un testimonio de cómo se desarrollaban los bailes de máscaras, y es que en ellas se encuentran numerosas descripciones de las vestimentas, y todos sus complementos, así como de las ambientaciones y decoraciones de los salones, e incluso se puede conocer cuál era el repertorio que acompañaba los bailes de máscaras. Por este motivo, aunque de forma indirecta, la narrativa se convierte en una poderosa herramienta del análisis musicológico.

 

[1] Según la nota del autor, “los Coulon fueron durante varias generaciones unos bailarines famosos, en el Imperio y en la Restauración.” (p. 332).

 

Alícia Daufí Muñoz

 

Bibliografía

Clavé, Josep Anselm; Torres, J. M. 1860. El Carnaval de 1860 en 1860. Batiburrillo de anécdotas, chascarrillos, bufonadas, quie-pro-quos, dislates, traspiés, pataletas, fangasmagorías, banderillas, zambras, espasmos, bacanaels, bailoteos, mascaradas, diabluras truenos y otras quisicosazas  propias de esta bulliciosa temporada, aliñado en prosa y verso por J. A. Clavé y J. M. Torres, Salpicado de picarescas caricaturas y adornado de elegantes láminas litografiadas por Moragas. Barcelona: Librería Española.

De Maupassant, Guy. 2012. Los mejores cuentos. Madrid: Alianza Editorial.

Flaubert, Gustave. 1991. Madame Bovary. Barcelona: Editorial Planeta.

Saura i Mascaró, Santiago Àngel (Eblis). 1851. El Kaleidoscopio del Carnaval: las máscaras, su historia, sus hechizos y sus secretos y arte de conocerlas. Barcelona: Imprenta de El Sol, calle de Escudellers, número 22.

Stendhal (Henry Beyle). 1987. Rojo y negro. Barcelona: Editorial Planeta.

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