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El universo McOndo veintiún años después: cuando los millennials tomen el poder

 
El universo McOndo veintiún años después

En nuestro McOndo, tal como en Macondo, todo puede pasar, claro que en el nuestro cuando la gente vuela es porque anda en avión o están muy drogados.

Alberto Fuguet & Sergio Gómez

Pop will make us free

                       Pilote

Sabemos que la irrupción de una poética en la historia de la literatura trastoca el futuro y, a su vez, supone un gesto de osada continuidad o de riguroso rechazo –de amable parricidio, podría decirse– del pasado. En ese sentido, la recepción de la antología McOndo, publicada en el año 1996, fue cuanto menos singular: su programa irrumpió con garbo, con cierta fiereza y alegría, aireó el ambiente, despotricando de los usos y abusos del maravillosismo, para acabar abandonando el plató entre los pitidos de “los viejos” –tal y como los llamó Fuguet–, que amenazaron con fumigar el edificio para desparasitarlo de cualquier remanente “popi”. Arreciaron los abucheos contra lo nuevo, en un episodio que, por cíclico y previsible, empieza a ser aburrido. Sade, Berlioz, Baudelaire, Lautréamont, Stravinski, Duchamp o Warhol, vivieron también sendos escarnios. Pero la venganza se sirve en plato frío y la historia de la literatura está llena de ironías, de magníficas ironías; y de retornos insospechados.

El prólogo de Alberto Fuguet y Sergio Gómez a la antología McOndo congregó un amplio arco de escritores treintañeros que, como Fresán, Ray Loriga o Mario Mendoza, poco o nada tuvieron que ver con ese texto liminar que fue tomado como poética generacional que nunca quiso ser. El pensamiento al margen, la propuesta desterritorializadora de la escritura y el repudio de la aplastante herencia mágicorrealista proveen las líneas rectoras del prólogo mcondista, inmerso en el empeño de fracturar categorías diametralmente dicotómicas, como alta cultura vs. pop; y de desnacionalizar y despolitizar el tendencioso legado de los escritores del “boom” y el “posboom”. Ante ello muchos pensaron: “a buenas horas. ¿No es un tanto anacrónica la propuesta de estos ‘rockeros’?, ¿no se habrán quedado desfasados?”. La cuestión no es, ni de lejos, baladí, y cabe preguntarse si tenía algún sentido ese ardoroso repudio de la tendencia mágicorrealista a treinta años de Cien años de soledad.

Efectivamente, Fuguet y Gómez, en su exégesis del canon latinoamericano, parecieron obviar que Piglia ya había publicado, años atrás, las novelas Respiración artificial (1980) o Ciudad ausente (1982), que poco o nada deben a la denostada corriente mágicorrealista; que Manuel Puig escribe, en 1976, El beso de la mujer araña, y satura su novela de todos esos elementos de indiscutible regusto pop que con tanta nostalgia imploran los mcondistas; que Mario Bellatin desplegó, a lo largo de los ochenta, una prosa urbana, dura, que sacude, en la que los muertos no vuelven como en la portentosa aldea de Márquez; o que tras la aparente sencillez de César Aira, “el idiota de la familia” como le ha llamado, con cariño, Julio Premat en una clara alusión a Sartre; cristalizaba una narrativa experimental henchida de digresiones e intertextos deliciosamente elididos que le han ubicado en la periferia de cualquier ortodoxia. Por no decir que el “boom” no fue solo un fenómeno garciamarquiano, como atestiguan textos tan potentes como Rayuela de Cortázar, Tres tristes tigres de Cabrera Infante, Ciudad Real de Rosario Castellanos, o La región más trasparente de Carlos Fuentes. Tampoco el “posboom” con el ecléctico programa de, verbigracia, Elena Poniatowska. Bien pudiera ser, como plantea Mario Jursich Durán en «McOndo: el fantasma abolido», que Fuguet y Gómez se dejaran colmar del odio visceral que José Donoso prodigaba a sus coetáneos en los workshops que impartió en Santiago de Chile entre 1985 y 1991, a los que asistieron religiosamente los patriarcas del universo McOndo. Es solo una hipótesis, no exenta de perversidad, pero escrupulosamente factible.

Tras la publicación de McOndo, Fuguet y Gómez fueron vituperados por su frívolo aburguesamiento, por venderse al imperialismo yanqui, por abrirse de brazos a la ley del produce-consume, por ser escritores escasamente comprometidos con la causa revolucionaria (¡como si el socialismo fuese condición sine qua non para el novelista!), y por su lectura tendenciosamente sectaria del canon.  Y, sin embargo, la historia de la literatura está atestada de malas lecturas que catalizan la disgregación de la herencia recibida y que fracturan, inadvertidamente o ex profeso, el legado de la tradición,  acaso porque, a fin de cuentas, importa menos cómo se lee que cómo se escribe.

El texto liminar de la antología McOndo resulta engañosamente sencillo, pero señala el umbral que hay que cruzar para la materialización de una literatura afterpop, que se adueñe de lo digital, y que sintonice con el mundo que aflora tras el fin de la historia. Fuguet y Gómez participan de una moral del walkman, exclusiva de una “nueva generación literaria que es post-todo: post-modernismo, post-yuppie, post-comunismo, post-babyboom, post-capa de ozono. Aquí no hay realismo mágico, hay realismo virtual". Ellos no hablan de parasitar el texto con citas y fragmentos ajenos, ni de meticulosas reelaboraciones y arborescentes “refritos”, como ha sido tendencia entre algunos posmodernistas que dicen que ya todo está escrito; sino de asumir el pop, el rock, la telenovela, las series, el cómic y el mediascape como condición de posibilidad de una narrativa en sintonía con un mundo en potencia digitalizado. 

La antología McOndo tuvo, más tarde, su propio sucedáneo, en España, en el programa que autores como Fernández Mallo, Vicente Luis Mora, Jorge Carrión o Fernández Porta, aglutinados bajo el estupendo membrete “generación Nocilla” o “afterpop”, delinearon a través de sus escritos. Las concomitancias entre mcondistas y afterpopis, a la luz de textos como Nocilla dream de Mallo o Afterpop de Porta, son evidentes: la asunción y revitalización de elementos pop y su tratamiento como intertextos denotativos, la preponderancia que la iconografía virtual, el blog o twitter adquiere en sus poéticas, o la pulverización del espacio genérico a través de potentes hibridaciones, se hallan entre las más populares. Mallo, en una entrevista concedida a diario Público, en 2010, asume que el hecho diferencial entre ambos grupos –aparte de esa patológica repulsa que el realismo mágico suscitó en Fuguet y Gómez– es Google: “Ellos no podían narrar con Google porque no existía Google. Si hubiera existido, habrían hablado de ello”. 

A veintiún años de su estreno, el denostado universo McOndo sigue entre nosotros. Vive en la narrativa rave de Enzo Maqueira, en los esbozos transhumanistas de Iris de Paz Soldán, en el epistolario virtual La vida en las ventanas de Neuman, en la truculenta Barcelona de Gabriela Wiener o en la alegría hipster de Power Paola y su novela gráfica. McOndo alumbró el camino de muchos escritores jóvenes (y no tan jóvenes) que, disconformes con ser “borgesitos” o “gabitos” –como los ha llamado Natalia M. Restrepo–, han optado por restituir el legado de un estreno que duró dos días en cartelera. 

Los millennials han sido llamados a filas por el renacido espectro del general McOndo y tomarán las riendas de una literatura que se les ha quedado grande a las viejas glorias, potencialmente obsoletas. Están reanudando, en palabras de Paz Soldán,  “la insurrección a la insurrección”, infundidos del espíritu de McOndo, para asaltar el poder por la fuerza de las letras. Este es su momento. Es nuestro momento. Aprovechémoslo.

BERNAT GARÍ

Prof. coordinador Maestría en Estudios Avanzados en Literatura Española e Hispanoamericana

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