Logo
  • Inicio
  • /
  • Actualidad
  • /
  • La enseñanza de ELE en el extranjero: Madagascar (África)
icono de la noticia

La enseñanza de ELE en el extranjero: Madagascar (África)

 

Diecinueve de enero de 2008. Primer aterrizaje en la isla de Madagascar pocos meses después de tener un pie en la facultad de Comunicación. ¡Qué mejor opción para poner a prueba las habilidades comunicativas que viajando a un lugar totalmente desconocido!

Colaboré como voluntaria para una ONG española, Agua de Coco, en la sede que la fundación tiene en Túlear, al suroeste de la isla. Al principio, mis labores se centraban en la creación de vídeos de distintas temáticas para sensibilizar a las aldeas colindantes. Recuerdo el primero que hice, “Les balleins”. Por aquel momento, aún tenía muy fresquita toda la teoría de la carrera: la gran competencia comunicativa y el público objetivo. ¿Qué podría hacer para que se diera una comunicación exitosa entre estas personas -adultos y decenas de niños- y lo que al final les mostrara? Durante los años de la carrera los profesores se devanaron los sesos para que cada uno fuera buscando e indagando en su propia creatividad. Ciertamente no sé si meses antes habrían dado por bueno este vídeo, lo que sí puedo decir es que eran fascinantes las caras de estos lugareños haciendo muecas constantemente al ver ballenas en movimiento sobre un telar blanco. Así empezó todo. Con tardes de cine como esta:

Fuente: imagen propia

 

En la casa convivíamos varios voluntarios y voluntarias. Cuando llegué, todos eran franceses. Me parecían adorables y generosos, siempre contaban conmigo para sus planes y comidas, lo cual me hacía sentir tranquila y en condiciones favorables para trabajar la escucha. Poco a poco pude participar en sus conversaciones y darme cuenta de que una vez superada esa barrera comunicativa para la convivencia, lo siguiente era el malgache (lengua oficial) y lanzarme sola a las calles, al margen del camino del trabajo a casa.

Dadas las circunstancias, ¿qué podía ofrecerles esta vez? Sin saberlo, noté cómo los niños y niñas del barrio se iban agrupando a mi alrededor porque era la novedad: era “vazaha” (persona blanca), pero hablaba algo distinto al francés (segunda lengua oficial), idioma que ya estaban más acostumbrados a escuchar. Ahí estaba la clave, el español movía su curiosidad y era mi llave para acercarme a ellos de igual a igual.

Rápidamente creé mis primeros apuntes, que iban a la par que mis primeras lecciones de malgache. Mi primera profesora fue Falmetsa, la señora que limpiaba nuestra casa. Ella limpiaba y yo la perseguía. Cuando cogía confianza, lograba que se sentara conmigo para que revisara lo que había escrito en malgache a la vez que ella lo repetía en español. Más allá de los muros de la casa, las calles, aceras y parques de Túlear se convirtieron en mi gran escuela -lo que conocemos como aprendizaje en contexto de inmersión-. De camino al trabajo, al mercado, a comprar litros y litros de zumo de guayaba natural, ahí estaban las primeras clases de español y malgache para extranjeros: saludos, números, partes del día y del cuerpo, acciones, pronombres, preposiciones, etc. Y páginas y páginas con anotaciones sobre comportamientos cotidianos que observaba.

Fuente: imagen propia

Fuente: imagen propia

A partir de aquí, seguridad, confianza y motivación son conceptos que se me vienen a la cabeza al escribir este pedacito de historia. Tanto fue así que los responsables de la fundación me propusieron conocer otro de sus proyectos, la coral de góspel Malgasy Gospel, que ensayaba los sábados por la mañana. Se trataba de una agrupación musical de estudiantes del colegio de la propia fundación, el colegio Las Salinas, junto con niños y niñas invidentes de la residencia Sejafito. Sin duda, aquella mañana marcó mi experiencia en Madagascar. Escuché aquel ensayo en uno de los asientos rojos de “Cinéma Tròpic”, y ahí me quedé absorta entre realidad y ficción; todo aquello me llevaba de la mano a Lauryn Hill y a la película “Sister Act 2” que tantísimas veces había visto. No podía creer lo que estaba viviendo.

Fuente: imagen propia

El proyecto consistía en sensibilizar acerca de los derechos sociales de la infancia a través de una serie de conciertos que el grupo, Malagasy Gospel, ofrecería en distintos puntos de España. Los responsables me ofrecieron ayudarles con la preparación del viaje. De todo cabía en esas maletas: idioma, seguimiento de ensayos, reuniones con las familias, etc.

En aquel momento las clases cobraron un sentido especial y espacial; de las calles, donde había pasado (trabajado, escuchado, atendido…) la mayor parte del tiempo antes de aterrizar allí, a las aulas. Recordaba a profesores de la carrera y de mis estudios de inglés. Nunca me había planteado ser profesora de lengua extranjera, simplemente me debí de convertir en profesora un día sin apenas darme cuenta. Conceptos como el para qué, los objetivos, el contexto y las necesidades aparecieron en mi vida bastante antes de cursar el máster en Formación de profesores de ELE en Barcelona.

Empecemos con la primera dicotomía, estudiantes ciegos y videntes. Las primeras clases las organicé por separado: unos días me desplazaba al colegio de las salinas y otros a la fundación de invidentes. Para ambos grupos y para mí era novedoso estar rodeado de gente que veía y de gente que no veía, por lo que pensé que debíamos ir paso a paso (mora mora en malgache), hasta llegar a un punto en el que convivieran con más semejanzas que diferencias. Hemos de decir que por aquel año, la inclusión de la población ciega estaba dando sus primerísimos pasos en Túlear.

Sin haber sido profesora antes -ni en sueños- y, por consiguiente, ser capaz de anticipar situaciones, realmente hacía muy poco que había pasado por una situación similar: encontrarme ante el desconocimiento de otro lugar, idioma y cultura. Esto fue lo que inconscientemente me ayudó a caer en la cuenta de que la inquietud y la curiosidad por lo desconocido y nuevo eran nuestros puntos comunes, a pesar de venir de mundos tan dispares -el humano es mucho más parecido de lo que nos intentan aún hacer creer-. Lo realmente arduo era -y es- ser neutral y objetivo; no salir de las clases con lágrimas en los ojos al comprobar que lo que se hacía en ellas motivaba, removía por dentro y alegraba.

Los contenidos que más preocupaban a unos y otros eran los tipos de comida (si iban a poder comer arroz en España o no), los saludos, las preguntas para conocer a alguien o preguntar cómo estaban, etc. Trabajamos mucho con la traducción, que a mí personalmente me había dado tan buenos resultados allí. La base de la competencia comunicativa es intrínseca en los individuos y es más fácilmente reconocible en niños y adolescentes, por lo que trabajar con cartulinas, fotos y estructuras clave -lo que más tarde aprendí que se denominaban chunks- nos era suficiente para nuestro proceso de enseñanza-aprendizaje.

La lengua en sí llegaba a ser secundaria; eran los cimientos, las necesidades básicas las que cobran realmente importancia. El español fue el vehículo para trabajar la seguridad, la confianza, la comprensión, el respeto y, sobre todo, la gran experiencia de viajar al mundo de los “vazahas”. Si las ballenas habían logrado causar sensación, conocer las calles de “los blancos” sería como viajar a una biblioteca en la luna.

Mención especial tuvieron en este contexto la entonación y la comunicación no verbal. Por un lado, aprecié que la musicalidad de la lengua era algo que favorecía mucho su aprendizaje, sobre todo para los invidentes -y encima músicos-, es decir, toda la información que podían extraer solo con la escucha era inimaginable. Aquí podéis escuchar a uno de los niños -la estrella del grupo- para que comprobéis cómo llega a cantar en español.

Fuente: Mónica Molina. Harris Malagasy Gospel. Soy Minero
 

Por otro, el recurso del cuerpo se convirtió en otra buena estrategia para mejorar y sistematizar el aprendizaje de unos y otros. Solo tenía que exagerar un poco los movimientos, gestos y contacto para que se fijaran en ellos y tuvieran más información con la que interpretar conceptos e intenciones. 

Fuente: Víctor Luengo

Podría seguir describiendo detalles, tantos dejo en el tintero… En esta entrada he intentado centrarme de nuevo en el público objetivo, vosotros, profesores de ELE, y he puesto mi empeño en ser capaz de aportar algo a vuestros procesos a partir de esta experiencia que, sin duda, marcó mi trayectoria. Esa misma impronta es la que día a día creo que debemos dejar en nuestra vida y en la de nuestros estudiantes. Al final, como siempre, todo “mora mora” cobra sentido; en este caso, imagen, sonido y consecución de objetivos.

En otra ocasión podría hablaros del trabajo final de máster Inclusión en el aula de ELE ante estudiantes con diversidad funcional visual con la doctora Encarna Atienza. Ese fue otro gran viaje. Hasta pronto.

 

Adriana Alonso Rebollo

Tutora de Portafolio y Trabajo final de máster en el Máster en Formación de Profesores de Español como Lengua Extranjera de UNIBA

Comparte este Post: