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La protección del patrimonio cultural: conservando nuestro pasado

 
COLISEO

 

El interés por conservar los elementos del pasado es un fenómeno relativamente reciente. Es solo a partir del siglo XIX, y especialmente a lo largo del siglo XX, cuando se empiezan a establecer unos criterios y actuaciones consensuadas, tanto a nivel nacional como internacional, para conservar e intervenir sobre el patrimonio cultural.

 

Una idea importante cuando hablamos de patrimonio cultural es que estamos hablando del pasado desde el presente. Esto implica hacerlo con unos criterios, intereses y motivaciones que van evolucionando a lo largo del tiempo. A medida que van cambiando las sensibilidades, inquietudes y tecnologías disponibles, los criterios y estrategias para conservar los elementos del pasado también evolucionan. En el momento actual, la conservación del patrimonio requiere determinar de manera clara qué es el patrimonio y cómo éste debe ser conservado.

 

El proceso de conservación patrimonial va asociado ineludiblemente a la eliminación y la destrucción. Es imposible conservar todo el pasado, tanto de manera física como en forma de memoria. Ninguna sociedad podría avanzar ni adaptarse a los retos del presente sin nuevos desarrollos, ideas o tecnologías, que a menudo suponen sustituir viejas edificaciones, trazados y tradiciones. La gestión del pasado implica un proceso de selección que elija aquellos elementos valiosos que merecen ser conservados frente al resto.

 

Brujas (Bélgica) 

La Carta de Cracovia definía en el año 2000 el patrimonio como “el conjunto de obras del hombre en las cuales una comunidad reconoce sus valores específicos y particulares y con los cuales se identifica. La identificación es por tanto un proceso relacionado con la elección de valores”.

 

Un problema es que el valor de estos bienes es una cualidad añadida que los individuos atribuyen a determinados objetos que los hacen merecedores de aprecio y de ser conservados de la destrucción. Estas valoraciones varían según las personas y grupos implicados,  en función de distintos marcos de referencia intelectuales, culturales e históricos, así como de intereses contrapuestos sobre su utilidad e importancia. Además, en cierta medida estamos viviendo un momento de inflación patrimonial, donde parece que todo aquello antiguo merece ser conservado. Hemos pasado de destruirlo casi todo a querer conservar todo el pasado. El resultado es una expansión patrimonial, de carácter tipológico, cronológico y geográfico,  por la que cada vez hay más elementos susceptibles de ser conservados.

 

Una manera de superar esta situación ha sido utilizar la cultura y no la historia como elemento aglutinador, superando una visión monumentalista y rígida del patrimonio centrada en unas pocas categorías patrimoniales como los monumentos, centros históricos o restos arqueológicos. Ahora, cuando hablamos de patrimonio cultural nos referimos a un patrimonio común con el cual nos identificamos como sociedad, una herencia colectiva del pasado que conservamos para futuras generaciones. Así, las edificaciones menores, los espacios naturales, el paisaje o las tradiciones orales o festivas son también susceptibles de ser considerados patrimonio porque, aunque no hayan sido construidos directamente por personas, si son seleccionados  por su valor cultural.

 

Otra propuesta para gestionar el patrimonio de manera adecuada es mantener una actitud plural y flexible hacia los elementos del pasado. Si queremos una preservación eficaz, capaz de mantener su valor científico o didáctico, su valor como recurso económico (por ejemplo como atractivo turístico) y su carácter excepcional y único debemos ser capaces de definir por qué y para quién se está preservando el pasado y establecer las medidas más adecuadas para cada caso y en cada momento, en un frágil equilibrio entre el pasado y el futuro.

 

 

Autora: Núria Font Casaseca doctora y profesora asociada de Geografía en la Universidad de Barcelona. Colaboradora del Máster en Planificación Territorial y Gestión Ambiental en UNIBA.

 

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