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Reseña La uruguaya

 

 

Bienvenido a la época de los caracteres chiquitos. Notas de lectura de La uruguaya, de Pedro Mairal

 

Aunque también depurar ciertas palabras de su exceso de infinito

Abraham Gragera

 

«Basta de sublimar con la literatura» se dice a sí mismo Lucas Pereyra, el narrador de la novela La uruguaya, de Pedro Mairal, mientras espera para encontrarse con su amante. Basta de sublimar, aquí hay una clave de lectura. Pero empezaré por el principio, Lucas es un escritor argentino, casado y con un hijo, en la mitad de los cuarenta, un tanto cheto, que encarna un cambio de paradigma. La aventura transcurre en un solo día, desde que sale de la puerta de su casa hasta que regresa. En ese día viaja a Montevideo para recoger el dinero adelantado de unos textos que aún no ha escrito y para encontrarse con Guerra. El narrador, en primera persona, relata para comprenderse, para comprender los movimientos que ha generado ese día, y lo hace con un estilo sincopado, en el que el humor y la crudeza se balancean. Nada nuevo hasta aquí, y no importa que no lo sea, porque el peso recae en otra cosa. Se trata, pues, de una estructura folletinesca, podría parecer incluso una novela sobre la crisis de los cuarenta o sobre un escritor que intenta vivir como se supone que viven los escritores, pero se desvía. Y por ese desvío podría explicarse el interés sostenido que ha despertado desde que Libros del Asteroide la publicara en 2017 —en Argentina apareció en 2016, publicada por Emecé. De hecho, la acumulación de reseñas y de entrevistas al autor en la página web parece que no tenga fin. Así que llego tarde a esta novela, como suele decirse, no por la impostura de repeler los fenómenos editoriales en su momento de efervescencia, cuando están en boca de la comunicación pública de masas, tomando prestado el concepto de Santiago Gerchunoff, sino porque estaba escribiendo mi tesis doctoral —la gran excusa para todo.

 

Volviendo a la pregunta sobre el interés que ha despertado esta novela, que aparentemente ensaya una estructura ampliamente frecuentada ya, pienso que una posible respuesta sea que los tiempos demandan otra manera de vehicular la emotividad, otro lenguaje que sea trasunto de los cambios del pensamiento, y en La uruguaya precisamente se ensaya otra sentimentalidad, otro lenguaje de la emotividad. Hay, por tanto, de fondo, una pregunta sobre cómo narrar el deseo hoy, interrogando a la realidad desde la estricta modernidad, tomando prestada otra expresión, esta vez de Vila-Matas. De la misma manera que Alessandro Baricco en el ensayo Los bárbaros piensa un cambio, una mutación de las formas de estar en el mundo y elogia de Walter Benjamin saber «en qué estaba convirtiéndose el mundo» más que «entender qué era el mundo», Mairal capta esa transformación en lo que respecta al lenguaje de los afectos y al modelo de vida. El humor juega un papel clave en este punto, pues desbarata la sublimación. Hay un lenguaje romántico en la novela, sí, Lucas Pereyra ha construido mentalmente un mito de Guerra, una Maga cortazariana pero concreta, casual, aunque es un lenguaje romántico sin convencimiento, incrédulo con las idealizaciones, consciente de la contingencia, pero hasta cierto punto nostálgico de totalidades. Alberto Olmos en El confidencial dijo que se trataba de una novela sobre la masculinidad, y el propio Pedro Mairal, en una entrevista para El Cultural, afirma que mete a su personaje «en este cambio de paradigma, lo maltrato en su comodidad burguesa». Es este uno de los temas de fondo de la novela: el cuestionamiento, desde la parodia y el humor, de los valores totalizantes. En La uruguaya se escenifica la transición de una época de grandes caracteres —nuevo préstamo, esta vez del poemario Adiós a la época de los grandes caracteres, de Abraham Gragera— a otra de caracteres pequeños, descargados, cuestionados, como el propio personaje dice: «Entendí que prefería tocar bien el ukelele que seguir tocando mal la guitarra, y eso fue como una nueva filosofía personal. Si no podés con la vida, probá con la vidita». La idea del viaje que se desprende de la novela está revertida: el viaje es transformador, pero no en el sentido esperable, o acaso sí. Si al principio del día Lucas Pereyra viaja a Montevideo alentado por la fantasía de Guerra, al final acaba regresando con la renuncia del idealismo, de la sublimación mediante la literaturización de su propia vida, que pasa por la asunción de los límites propios y de sistema de valores heredado.

 

En el poema «Ensayo de ontología», del poemario Serie, de Vicente Luis Mora, el tema es semejante: con qué lenguaje escribir un poema de amor en el siglo XXI. Esta cuestión conduce a la revisión del topoi de la rosa y de paso a trazar una síntesis de la crisis del lenguaje. La pregunta en La uruguaya es la misma: con qué lenguaje pensarse tanto a uno mismo y como a la emotividad. Como posible respuesta, Mairal enfrenta a su personaje contra sus ideales, contra los grandes caracteres en los que ha vivido, y lo salva por la vía del humor.

 

Christian Snoey

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