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¿Se puede evaluar la participación ciudadana?

 

 

Evaluar la participación ciudadana no es una tarea fácil, sobre todo cuando nos encontramos ante un concepto que tiene tantos matices y del cual se pueden obtener muchos beneficios. Muchas veces nos encontramos ante la siguiente situación en el diseño de los procesos participativos ¿planteamos un diseño más democrático? buscando integrar las decisiones de todos quienes tienen derecho a participar; o ¿planteamos un diseño más racional? buscando un uso eficiente y eficaz de las políticas públicas.

Debemos tener en cuenta que la discusión de ésta dualidad, acompaña la reflexión sobre la función de la participación ciudadana desde las primeras experiencias que se dieron en EEUU en el año 1964, hasta nuestros días. Y que es un tema que no se resolverá debido a que en el fondo se encuentra la discusión sobre la función del estado y las políticas públicas.

Ahora bien, dejando de lado ésta discusión, fue Sherry Arnstein (1969) quien en su artículo “A ladder of citizen participation” estableció por primera vez que no a todo lo que se la llama participación es una verdadera participación, ya que en realidad nos encontramos frente mecanismos de distribución de poder en la toma de decisiones. Estableciendo de ahí el adelante el camino para la evaluación de la participación ciudadana.

Para evitar que la participación ciudadana se convierta en una “práctica irrelevante”, Arnstein propuso clasificar los mecanismos de participación utilizando la siguiente escalera.

 

 

Podemos ver que cada nivel de ésta escalera implica un grado más en el nivel de empoderamiento de los actores que han sido llamados a participar, los dos primeros son los más débiles y los dos últimos serían lo que reflejan una verdadera participación.

La escalera de Arnstein ha servido para orientar nuevas propuestas de medición, ajustándose, eso sí, a cinco niveles, la mayoría contiene un nivel básico que se llama información, luego, consulta, debate, decisión y cogestión. Algunos autores, como Marc Parés (2009), mencionan que el primer nivel de “información”, realmente no es participación, pero sí un requisito indispensable para la participación.

Actualmente éstos niveles se conocen como grados de “profundidad” o de “intensidad” de la participación ciudadana, adaptándose a diferentes contextos, como los estudios de Ziccardi y Saltalamacchia (1997) en México, los análisis de Claudio Orrego (1995, citado por Noé, 1998) en Chile, la “Rueda de la participación” (1998) de Davidson Scott, o el “Spectrum” de la participación pública (2014) de la International Association for Public Participación (IAP2).

Pero además de la “intensidad” o la “profundidad” de la participación, ésta idea de medir se ha extendido a otros elementos de los procesos participativos, lo que actualmente nos ayuda a caracterizar los mecanismos de participación entre consultivos o deliberativos, como por ejemplo, mediante el tipo de convocatoria (abierta o cerrada), la forma de comunicación que se utiliza (negociación o información), las consecuencias del proceso de participación (vinculante) y la etapa del proyecto en donde se integra la participación.

Los procesos más democráticos coinciden con la integración de mecanismos más deliberativos, que contienen convocatorias abiertas, negociación e integran la participación en todas las fases de un proyecto, en cambio, los procesos más racionales coinciden con la integración de mecanismos más consultivos, que contienen convocatorias cerradas, utilizan la entrega de información e integran la participación en momentos puntuales, como la elección de alternativas ya construidas.

Ahora bien, ésta idea de medir también se ha extendido al contexto de la participación, de ahí que podemos encontrar propuestas de evaluación que incluyen el marco institucional, el marco normativo o el marco asociativo que acompaña a los procesos de participación. En éstos casos se pueden mencionar las propuestas del “Observatorio Internacional de Democracia Participativa” (OIDP) o los estudios de Galais, Navarro, Fontcuberta (2013) en Andalucía.

Con todo, y para terminar, solo me queda decir que siempre queda la reflexión de fondo sobre ¿qué buscamos con la participación ciudadana? en este sentido, es fundamental establecer claramente los objetivos finales de un proceso participativo, ajustando los mecanismos a éstos objetivos, ya que uno de los grandes problemas de la participación en nuestros días es,  justamente, este desfase entre las expectativas y los resultados, generando un aprendizaje errado que no permite seguir avanzando en ésta materia.

 

 

Profra. Maricel González

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